¿Y al final del trayecto qué? ¿Qué pasa por la mente de un líder cuando deja el poder? ¿Rumía para siempre los errores cometidos? ¿Los acepta? El día después debe ser duro, máxime si el choque con la realidad fue inesperado, si el castillo de naipes se desmoronó por un imprevisto. Una filtración, el navajazo de un colaborador, la rebelión de los que se creía aletargados, atiborrados de fake news.
Pilotar Estados Unidos no es una compra más, por muy compleja que fuese la transacción que se toma de referencia. Es más que pisar unas cuantas ampollas del establisment y de lo políticamente correcto (algunas con razón). Es mucho más que todo eso. Las repercusiones futuras de los volantazos actuales pueden ser graves, tanto para esos estadounidenses que dice defender como para la estabilidad geopolítica mundial.
¿Tendrá conciencia de ello el presidente Trump? ¿Reflexionará sobre los efectos secundarios de sus acciones entre golpe de twitt y sorbo de Coca-Cola? Quizás. Siempre que en su fuero interno no se haya autoproclamado ya el Raskolnikov estadounidense encargado de purificar la sociedad en la que vive, de limpiarla de elementos extraños e hipotecas extranjeras; esas que impiden hacer America great again...
No señor Trump, no se trata de un montaje político y mediático organizado contra usted. Los periodistas que usted ataca puede que tengan algo de razón, puede que no estén tan alejados de la realidad que usted otea desde las alturas.
La cultura protestante de la culpa induce a actos públicos de constricción. El reconocimiento del error en la guerra de Irak hizo que George W. Bush empuñase pinceles redentores, sacó el pintor que llevaba dentro.
Aquí somos más de sostenella y no enmendalla... ¿Empuñará Trump pinceles exculpatorios a lo Bush, o seguirá defendiendo su labor, caiga quien caiga?
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